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domingo, 26 de junio de 2016

Capítulo 6 de PREGUNTAS EN LA ARENA/ "Papelitos"

El tiempo jugaba en mi contra. Lo más probable era que ella terminara sus vacaciones con el recambio de quincena, y en ese caso nunca más tendría la oportunidad de conocerla. Los tiempos de vacaciones se habían reducido, los veraneantes ya no se quedaban un mes en la playa. Salvo que ella fuera de algún pueblo cercano, y en ese caso la situación era totalmente distinta. Podría ser que sólo viajara a Monte Hermoso los fines de semana, y no todos... Pero esto había sucedido un martes, así que esa teoría no cerraba totalmente.
    Esa noche actuaba Jairo en el complejo cultural. Seguramente habría mucha gente, pero no era muy factible que un profesional como él interrumpiera su recital para pasar un mensaje desesperado de un infeliz como yo. Caminé por la calle Fossaty, la que menciona a la seño Nelly, tan querida y respetada, a la que conocí de lejos en sus años mozos. Una calle de casas bonitas y árboles añosos que desemboca en la peatonal Dufaur y que esa mañana me resultó más nostálgica que nunca, porque estaba a punto de abandonar la estúpida idea de llegar a ese fantasma que se me estaba diluyendo.     Desde una camioneta blanca bajaban los grandes parlantes que amplificarían la voz del famoso cordobés. "Me basta con saber que estás muy cerca, con verte caminar cada mañana...", cantaría frente al público. Y eso me pasaba a mí. Me bastaría con saber quién fue, mirarla una vez, agradecerle, invitarla a subir las escaleras de mi casa y quedarse conmigo para siempre, como decía Fernández Moreno. No, no. Sólo conocerla y reconocer su buen gesto, y luego seguir nuestros caminos, totalmente diferentes y hasta contradictorios.
    Me acerqué a uno de los muchachos que movían los equipos de música y le pregunté. No sabían nada. No tenían ningún contacto con Jairo ni con sus productores. Los habían contratado para esa tarea y para desarmar todo después de la función, pero sí me indicaron por dónde entraría el artista, y ahí lo esperé, sabiendo que un tipo como él llega con bastante anticipación. "Nunca hago esto", me dijo. Era lo que suponía, así que le agradecí, hasta que me sorprendió agregando que por primera vez en su carrera dedicaría un tema a la misteriosa muchacha de las sandalias. Le dejé un papelito con mi correo electrónico y mi teléfono, por si la agasajada estaba en la sala y se daba a conocer, algo estadísticamente casi imposible.
    No por esperada una decepción es menos decepcionante. Al día siguiente, un inesperado sms en mi celular, desde un número desconocido, rezaba: "Tema dedicado. La chica no apareció. Suerte. Jairo". Al menos lo intentó. Un grande como él, en medio de una gira, tomó en serio mi pedido. Me pareció un signo auspicioso.
    Seguí buscándola sin tregua. Mi hemisferio derecho y mi hemisferio izquierdo, totalmente desafinados, me llevaron a deambular por varios lugares, para que la requisa fuera completa. En el anfiteatro municipal estaba un amigo al que conocía de otros tiempos y otros escenarios. Fabio González, el de Tornquist, pronunciaba cada palabra de algunos tangos clásicos como si quisiera revolverme los pensamientos con un puñal. "No sabrás, nunca sabrás, lo que es morir mil veces de ansiedad", escuché, y consideré que también él podría dar a conocer mi llamado a la solidaridad. Le pedí a un chiquito que estaba sentado con sus padres para que le acercara un mensaje. Entre aplausos y pedidos de canciones, lo leyó en voz alta y se me arrugó el alma. Fabio estaba convocando a una mujer que yo necesitaba imperiosamente descubrir para poder seguir viviendo una vida medianamente normal.
    ¿Respondería alguien? Lo más probable era que no sucediera nada. La gente levantaba la mano y se identificaba como procedente de Mendoza, de Salta, de Puerto Deseado, de Ushuaia, de Bahía Blanca... eran todos turistas, todos de paso, todos por unos días y apurados por sus hijos que querían ir a saltar en la cama elástica o a meterse en Sacoa para pasar un par de horas frente a los juegos electrónicos. El pesimismo me mordía como una de esas trampas metálicas para zorros, y sin embargo sabía que había mucho por hacer.
    Afiebrado, decidí volver al Centro Cultural. Allí también debía quedar, en alguna de las carteleras, el pequeño papel donde se resumía todo lo que necesitaba para mantener alta la esperanza. Me encontré con Agustín Casillas, esposo de una de las más queridas maestras del pueblo y encargado del viejo cine desde que estaba en la actual peatonal Dufaur. Era el que iba con su linterna y nos echaba a los pibes que hacíamos ruido durante las películas. Accedió de inmediato a mi pedido.
    Me vio tan inquieto y preocupado que para distraerme un poco, contó aquella anécdota de su llegada a Monte. Lo habían invitado a comer un asado. Cuando regresaba, se encontró con el comisario, que andaba a caballo. "¿Quién es usted? ¿dónde va? ¿así que lleva un arma blanca?", le dijo el representante de la ley, y lo citó a la mañana siguiente. Agustín se presentó y el comisario González le dijo: "desde este momento es integrante de la cooperadora policial". Fueron amigos toda la vida. Agustín me confesó que nunca había participado en una búsqueda tan difícil.    Esa noche fuimos a cenar con Vivaldi al parador Pelícano, céntrico, bien atendido, y con amplios ventanales hacia el mar. Rabas para los dos, y después pastas. Y mi tema, bastante monótono, por cierto. "¿Vos nunca te enamoraste en serio, Antonio?", le reproché. Mi pregunta lo desorientó y tuve que explicarme: "es que parece que esto no te interesa, o no te llega, o nunca lo viviste".
    "Tendría diez años... me anoté en un grupo de teatro que había en la escuela... Teseo Stanchi se llamaba el profesor, un italiano que había sido actor, un tipo de poca paciencia y con un vozarrón que nos asustaba. Ella se llamaba María Marta, era flaquita, rubia, y hermana de uno de mis compañeros. Yo estuve, todo ese año, todo ese quinto grado, perdidamente enamorado de ella. Dos veces, sólo dos veces, me dirigió la palabra, pero en el escenario fui un dragón que se transformaba en príncipe cuando ella, la princesa más bella de todos los tiempos, le convidaba una porción de torta de chocolate... Hí hí hí traguí traguí chocolatí... ese era mi único parlamento", evocó, y casi sin parar agregó: "nunca más la vi, nunca la busqué, fue apenas un delirio de la mente de aquel niño, no tenía ningún punto de contacto con la realidad, pero nunca la olvidé".
    Para un tipo tan reservado como él, buen consejero, gran escuchador pero hermético en la mayor parte de los temas, esa fue una confesión inusual, y no encontré qué decirle. Quería preguntar si el amor volvió a golpear muchas veces, pero temía una respuesta negativa que empañara la noche. Los varones raramente contamos nuestras penas y nuestros fracasos, raramente mostramos nuestra debilidad ante alguien del mismo sexo, por lo que opté por llamar a la moza que nos atendía, una chica muy joven, seguramente una estudiante de alguna ciudad cercana como Dorrego o Pedro Luro, que aprovechaba la temporada turística para ganar unos pesos. Una muchacha sonriente, bonita y servicial que parecía atenta solamente a nosotros.
    "Nunca te enamores de una mesera. Sólo quiere tu propina, o lograr que vuelvas a sentarte en la misma mesa al día siguiente", opinó, sorprendiéndome de nuevo. Esta vez no me animé a preguntar el por qué de la frase. ¿Sería una broma o el resultado de alguna herida? Así como a los boxeadores los salva el gong que marca el final de un round, a nosotros nos salvó el primer acorde de unas guitarras en el pequeño escenario ubicado al lado de los baños del parador.
    Gonza y Marce empezaron con un repertorio de temas de Fito Páez, los Enanitos Verdes y, algo bastante curioso, recibían pedidos de los comensales a través del chat de Facebook. El anonimato de un lugar donde nadie me conocía me alentó a intentarlo por ese medio. Si ellos pusieran mi S.O.S. en su muro tal vez alguien pudiera aportar datos sobre la misteriosa dama que debía saber de mi existencia y mi gratitud. Al menos eso. La utopía iba tomando formas imprevisibles.
    Tarea cumplida. Nuestra charla sobre romances imposibles había quedado cubierta piadosamente por la sucesión de temas, pedidos y el karaoke. Era un buen momento para descansar.
    Pero el hombre propone y Dios, o la vida, o el teatro, alguien dispone... Caminábamos por Faro Recalada, cerca de la vieja terminal a la que recuerdo llegar con mis padres por esa maravillosa fantasía infantil de conocer el mar. Y el ritual de comprar el pan ahí enfrente. Y el hotel Americano, donde hoy está Doña Pasta, uno de nuestros lugares preferidos, uno de los lugares donde las fotos antiguas y los remos de Leif Larsen hablan, desde sus paredes, de las calles de tierra, de las casas bajas, de un Monte donde todos se conocían, de ese pasado reciente que los turistas no conocen. "Los invitamos a ver teatro, después de la medianoche", nos sorprendió una jovencita mientras hablábamos de aquellos años en que yo era chico y Antonio ya era un habitué de Mario Patín y el Ocean Park.     De pronto recordé cuál era mi razón de vivir por esas horas. ¿Y si era ella la que había levantado las sandalias y cambiado literalmente mi mundo, al menos por unos días? No podía preguntárselo. Recibí el folleto en blanco y negro donde el grupo Amararte anunciaba sus obras en el Centro de Convenciones. Tal vez el destino me estaba encaminando hacia la mujer más buscada. Le conté en forma resumida la pequeña historia que se había agigantado hasta ocupar cada rincón de mi mente. "Mirá, lo único que te puedo decir es que vengas esta noche y les decimos a los espectadores que te ayuden... suele haber bastante público, ¿te parece?, total la entrada es gratis y la salida es a la gorra", invitó.
    Fuimos. Dos veces lo dijeron. Al comienzo y al final, entre aplauso y aplauso. Aclararon que no era parte de la ficción y lo presentaron como un llamado a la solidaridad. Mi mensaje se iba multiplicando. Si cada uno se lo preguntaba a otros diez, en cuarenta y ocho horas serían... no, no, mi cerebro no estaba para cálculos estadísticos. Pero me fui agradecido, porque todo parecía estar a mi favor, al menos por un rato.
   
   
   



domingo, 12 de junio de 2016

EL CONCEJO DELIBERANTE DE MONTE HERMOSO DECLARO DE INTERES MUNICIPAL LA NOVELA "PREGUNTAS EN LA ARENA"

El pasado 24 de mayo el Honorable Concejo Deliberante de Monte Hermoso efectuó un reconocimiento y una declaración "de interés municipal" hacia esta novela que presentamos el verano pasado en el Centro municipal de Convenciones, gracias a las gestiones del director de la Biblioteca de la ciudad, Eduardo Leoz.
Muchos nombres vienen a mi memoria, y seguramente estoy 
olvidando algunos a quienes agradecerles: 
Juan Osvaldo Sorensen, Hugo Sierra, Aldo Novillo, Catalina Calvo, Liliana Montaner, Eduardo Sánchez, Mónica Carmelino, Natalia Di Martino, Marisa Larsen, Dora Zabala, Paula Siebenhaar, Mabel Dora de Castro, David Quintana, y a todos los concejales que aprobaron esta resolución...
Y a ese paisaje mágico y mítico donde aparecieron los personajes 
que le dieron vida a mi primera novela.

¡Gracias, muchas gracias!

Mario dos Santos Lopes